Rebuscando por Internet sobre mortandad de empresas, aparecen múltiples estudios.
No me termino de fiar mucho de su precisión, pero en general dicen cosas como que:
La mortalidad oscila entre un 30% y un 40% en las empresas nuevas, tras un año de su constitución o que existe una tasa de mortalidad del 70% en las empresas 10 años después de su creación.
Parece que el momento crítico para la supervivencia de las organizaciones se concentra en los cinco primeros años de actividad, durante los que desaparece una de cada dos, según datos del INE .
En España, de cada 100 compañías solo 13 existían hace dos décadas, según los últimos datos del Directorio Central de Empresas [Dirce] facilitados por el Instituto Nacional de Estadística [INE]. De hecho, dicen que solo 97 empresas españolas superan el siglo de existencia.
Ante esta estadística, y ante el inevitable hecho de que «en 100 años, todos calvos«, hay que convivir con el que antes o después las personas nos vamos de este mundo y las empresas cierran o desaparecen de alguna otra manera (fusiones, adquisiciones, etc.).
Y no me resulta extraño imaginar cómo una empresa después de 15 años puede desaparecer, porque (no hace tanto) con 11 o 12 años, en plena crisis, en ENCAMINA las pasamos canutas (o peor) y esa era una de las opciones con más probabilidad contra la que estuvimos luchando (entre todos) contra viento y marea para evitarlo (y lo evitamos :-)).
Vistas las estadísticas, en el plano macroeconómico, parece que tan solo hablaríamos de una o dos empresas más a sumar, a las miles que mueren cada año…
Acudiendo al plano cercano, estoy profundamente convencido que la pérdida sería muy grave, porque no solo se trata de nuestra creación de valor en el mercado (la productividad, competitividad y transformación que aportamos en nuestros clientes), o de los puestos de trabajo implicados, o de los pagos a proveedores, o de los muchos impuestos con los que contribuimos a la sociedad, o de la aportación de innovación y creatividad en productos y servicios, o de la creación de talento directa e indirecta dentro y fuera de nuestra casa. Se trata, además, de una forma de hacer las cosas que vale la pena.
Se trata de hacer todo lo anterior (valor en el mercado, empleo, empleabilidad, talento, riqueza en el entorno, innovación, aire fresco, etc.), desde unos valores, con una visión y ambición noble, pensando en colores.
Venga como venga el futuro, y sin negar la muerte, lucharemos por seguir vivos siendo como somos, buscando la excelencia, creciendo, llegando más lejos, divirtiéndonos, aportando valor y sentido, haciendo que los peores momentos valgan la pena y que los mejores momentos sean los que prevalezcan.
…Y de momento, lo estamos consiguiendo 🙂
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